sábado, 14 de mayo de 2011

“CONTRAINTELIGENCIA” - Miguelito, intriga y humor

 

Por Rodrigo N. Villalba Rojas[i]

La obra de Gregorianos que representará a Formosa en la Fiesta Nacional del Teatro 2011 (San Juan), nos trae a escena una historia y un conjunto de personajes dignos de aplauso. Y uno de los protagonistas, germen de la acción, se merece una página aparte.

Situación inicial: en el búnker, bebiendo cerveza y mirando “El Correcaminos” en televisión, el Negro (Lázaro Mareco) ríe aparatosamente. Penumbra. La luz del televisor permite distinguir a Miguelito (Marcelo Gleria), que entra en escena. Parado, detrás del Negro, toma un poco de cerveza y ríe tontamente. Brilla en sus manos una diminuta luz roja, de algún dispositivo. Lentamente, crece la claridad. El cono de luz permite al público descubrir, en su cintura, funcionando con ridiculez sobre el vientre, un aparato eléctrico para ejercitar abdominales. Ambos ríen de manera grotesca, la vista fija en la tele.

Se trata de una situación en que, por impresión primera, estamos frente a las acciones –así ridículas como cotidianas–, de dos conspiradores. El más absurdo es el fundamental: Miguelito trae la información (es el hombre de Inteligencia), conoce el subsuelo del golpe maestro, el “tras bambalinas” del plan; es el gestor de los medios; prepara, como puede, el vehículo para el secuestro del Ministro de Economía (Tomás Caballero); planifica el encuentro del que el Negro desconoce haber sido excluido; lleva apuntes del itinerario y funcionamiento del T.A.R.[1]; sabe con quién se encamó la mujer de Tito, y los nombres de cada una de las prostitutas del cabaret, incluso cuál de ellas brinda el mejor servicio; posee el “teléfono de arriba” para las emergencias; es “uno de los mejores cuadros”; sin embargo conoce poco de Historia –como Caro (Silvia Gabazza)–, olvida cómo hacer funcionar la cámara, entabla cierta empatía espontánea con el rehén. Y es quien recibe la orden superior de neutralizar a todos: el que genera el clímax de la historia.

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Pieza clave de la obra, Miguelito es el personaje “tierno”. Sus gestos, sus ironías, sus reacciones ingenuas, sus dudas, tienen en la mira la conquista del público[2]. Y no tenemos otra impresión sino la de que el conjunto de la acción gira en torno a él. Es, justamente, el luchador joven, el novato de la organización: palabras de aliento y consejos de Carolina y el Negro, lo demuestran. Su rápido trato de compinche con el rehén, su violencia súbita contra él. Sus desvaríos. La volanteada en la facultad, que se convierte en su antecedente más importante. Es caricatura del militante armado, y es el menos militante (cuenta en su haber con varias traiciones a sus facciones anteriores).

Él orienta –aunque también dispersa- la atención de sus compañeros. Tomemos la secuencia del croquis en la mesa, donde la historia de la Carmencita entorpece entre guampas el repaso de la gran operación: con sus gestos y voces, sus movimientos ponzoñosos infectan en porciones calculadas el interés del Negro, prendido al chimento de barrio. Marcelo Gleria le compone, en la breve secuencia, una mirada errática pero de intención definitiva, mueca de insinuación pecaminosa, voz delicadamente áspera para infundir, por lo bajo, una curiosidad delatora del carácter chismoso del Negro, cuya sobriedad trata de hacerse ver como sacada con tirabuzón.

Ése es el dinamismo del Miguelito de Gleria, que actualiza y anticipa en los gestos, muecas, miradas y movimientos, la acción y reacción de los otros. No es un personaje aleatorio. Es vertebral: encarna, en cierto modo, la vis cómica de los compases de escena. Es el nudo de burla que florece en ese intercambio de entusiasmos entre el Ministro-Pantera Rosa y un excitado Miguelito, aludiendo a las virtudes de Carolina. Es el arma empuñada hostil mientras hila en su voz una decisiva y cándida pregunta sobre la raza de los perritos de la tía.

Resultado: un personaje atractivo del interés del público; una energía en escena que atrae la mirada: lo esperamos cuando se ausenta (pero, mérito de conjunto, también el flujo de bromas vibra en las secuencias de Carolina, el Ministro y el Negro, cuyas destrezas en el tejido del humor, confeccionan situaciones imperdibles), y nos envuelve cuando reaparece. Genera, en buena parte, el avance de la acción, pero también la define (lo vemos irónico sobre las denominaciones de calles e instituciones, para burlarse del comunismo exacerbado del Negro).

Es dinámica esta versión de las tablas formoseñas: la mímesis de Gleria que explota las dimensiones de lo corporal, se hace carne de modo tal que trasciende al mismo papel, lo dinamiza, lo enriquece, lo caracteriza al extremo. Pues este dominio del cuerpo no existe como exigencia en el texto dramático; se crea en la partitura actoral, fruto de una composición metódica, y depende del propio actor explotarlo o sólo satisfacer el bosquejo del carácter. La destreza de Marcelo Gleria consigue llegar a ese punto: crea al personaje, lo caracteriza y logra vivirlo. Instala un sistema de indicios, química de caricatura y verosímil: sus miradas, el ceño y la mueca efervescentes que se trasladan con cadenciosa naturalidad a cada extremo del cuerpo del actor, recrean y trazan con estilo agudo ese aspecto del libreto, boceto apenas insinuado por Nicolás Allegro para el ánimo potencial de un protagonista revolucionario.-

FICHA TÉCNICA:

Obra: CONTRAINTELIGENCIA.

Autor: Nicolás Allegro.

Dirección: Lázaro Mareco.

Elenco: Lázaro Mareco, Marcelo Gleria, Silvia Gabazza, Tomás Caballero.

Grupo Teatro Los Gregorianos.


[1] “El primer Tren de la Alegría Revolucionario”.

[2] Para observaciones del trabajo actoral, véase: PAVIS, P., “El análisis de los espectáculos”, Bs. As., Ed. Paidós, 2000. Parte 2, Capítulo 1.


[i] Proyecto de Investigación SECyT - UnaF - Nº 54/H099 – Integrante auxiliar - Grupo de Estudios de Teatro de Formosa (G.E.Te.F.)

 

[Publicado en Diario “LA MAÑANA” – 30/04/11]

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