domingo, 16 de octubre de 2011

Escena, público y festival

En torno a “El Teatro en la Ribera del Río”

 

Recientemente, entre los días 22 y 25 de Septiembre, en las sedes del Teatro de la Ciudad y el Cine Teatro Italia, se llevó a cabo el festival “El Teatro en la Ribera del Río”. Se trató de ocho obras de Córdoba, La Rioja, Santa Fe y Buenos Aires, que arribaron a Formosa en el marco del programa del Instituto Nacional del Teatro, “El País en el País”. De variada temática y calidad incuestionable, la presencia de estas obras en nuestra ciudad, además del disfrute compartido, dejó entrever una ligera problemática: la cuestión de los espectadores.

Aunque no había razones para que lo fuera, como si fuese un público muy selecto la familia teatrera de Formosa pudo disfrutar de una gala teatral de significativa calidad. Injusticia no menor, pues el enorme caudal de concurrentes –que festival a festival asedian las boleterías de turno– esta vez estuvo prácticamente ausente y, por ende, dejó pasar una oportunidad invalorable de gozar de un abanico de espectáculos en los que, si no nos doblábamos de risa, nos comprimía el alma un cuajo de llanto, RIBERAacaso plenitud de la catarsis, acaso expectación simple y llana de tribuna curiosa.

Resonó en la noche de cierre el agradecimiento del representante local del INT, Felipe Pérez, feliz por la familia teatral. Porque la familia, en el devenir, siempre aparece. Este comentarista, en cambio, no dejó de sentir extrañeza y cierta pena. Hago un cálculo visto a vuelo de pájaro: en el marco del festival El Teatro en la Ribera del Río vinieron ocho obras de arte geniales a exponerse a la mirada, contemplación, juicio y deleite de, tal vez, doscientas personas, durante cuatro días; los Festivales de la Integración y el Reconocimiento y, en ocasiones, las Fiestas Provinciales del Teatro, año a año, multiplican por mucho estas cifras de espectadores. ¿Por qué? Queda la duda en el aire, que todos la conocemos.

A propósito de la diminuta cuestión, El Teatro en la Ribera del Río demandaba un bolsillo diario de cuatro pesos por persona (a razón de dos pesos por cada espectáculo) para disfrutar un despliegue artístico de dedicación y experiencias de profesionalismo, que merecían un valor aún mucho mayor al cotizado.

Los otros festivales locales, al contrario, no demandan un centavo al espectador, y puede retirar las entradas de manera gratuita, y en la ventaja que lo ampare su destino.

Por su parte, las ofertas de teatro comercial desembarcado en Formosa, desafían a cuanta billetera tenga el coraje de cargar con el valor de su boleto. Pero ciertos consumidores dan el presente, y pagan sin rodeos.

A la vez, la cartelera formoseña (por ejemplo, Los Gregorianos, aquí en la capital, en cualquiera de sus obras) demanda entre 15 y 25 pesos por persona en cada función. Y la obra se realiza aunque la vean cinco, siete, diez o veinticinco personas. (Invito, a quien quiera obtener resultados fácticos, que asista y pruebe).

El panorama, se dice desde hace tiempo, beneficia muy poco a nuestros elencos. La concurrencia aprovecha para verlos en lo que dura una fiesta, y cuando la propuesta es colaborar con sus esfuerzos, buena parte los olvida. Pero desempeños hay en Formosa que bien valen lo que se cotizan.

Sin abandonar la cuestión, volvamos al tema reciente. La serie de grotesco y realismo que arribó a Formosa con El Teatro en la Ribera del Río dio el puntapié magistral de muestra e intercambio. Y las opciones de espectáculo concebían un repertorio de público muy diverso.

Vimos recursos de actuación y escenificación que en la dinámica avanzaban multiplicando significados y expectativas; montajes hermosos y sugestivos como los de la danza (“La cama” de La Rioja, “A todo vapor” de Buenos Aires, por ejemplo), dieron equilibrio preciso a la delicada gestualidad que se desarrollaba con imbricaciones entre dramatismo y humor en “Tercer Cuerpo” (Bs. As.), y se consolidaba en la escenografía despojada de “No me dejes así” (Bs. As.), cuyo aparato mímico, minado de gags, malentendidos y reacciones inesperadas, produjo tanto brote de hilaridad al auditorio.

Lopatológico” (Córdoba), despachó unas dosis de humor ácido incrustado en un drama sobre la identidad y el amor, a tono con las variaciones necesarias de un elenco que nos trae acostumbrados a la diversión y la parodia.

Stéfano” (Sta. Fe), como siempre, fue un golpe en el alma, identificación o compasión extrema en su montaje tenebroso y crudo, fiel al grotesco mismo desgarrado por el desconsuelo, para darnos este nudo en la garganta. Pues hay mucho que podemos decir siempre en torno a la técnica, montaje, estética y encabalgamiento de signos, pero la huella en el alma ya se hace inenarrable (sello que el público deja diluirse con frecuencia en el silencio, o en la incomprensión).

Arte dramático “para todos los gustos” se hizo presente en estos cuatro días. Integrando múltiples lenguajes, conceptuales, narrativas lineales MEGAFON O LA GUERRAo lúdicas, cada puesta en escena llegaba pulida para ensamblar satisfactoriamente la respuesta de un auditorio con el mundo cuyo modelo era aquella. Modelo de estética, de práctica, de cultura.

Tales jornadas dejaron la evidencia: tenemos un público permanente, donde todos sabemos que esa cara estuvo en la obra de recién o la de anoche, o que no estuvo, y vaya uno a saber por qué, pero es una pena haberse perdido semejante espectáculo. Nuestro público de teatro tuvo el goce de estar allí y disfrutar o sufrir o fastidiarse con la obra, y eso es lo valioso.

Traigo a colación lo dicho por Felipe Pérez, que aludió a Jerzy Grotowsky, padre de la austeridad en el teatro: siempre que haya al menos un espectador, el teatro permanecerá vivo.

El teatro de Formosa merece más espectadores que sólo nosotros, merece la expansión. Más espectadores que tengan el deleite de apreciar una obra dramática –una expresión humana, encauzada en un artefacto estético dinámico y multidimensional-, y entablar ese diálogo, el por qué una obra le produjo agrado o desagrado, y merecerla, merecer al otro espectador, al otro artista, aunque las opiniones no basten.

Hace casi cien años cuenta Formosa con manifestaciones teatrales en vías de desarrollo, por momentos consolidándose, por momentos frustrando sus largos caminos o evolucionando hacia otras orientaciones, estéticas o no. En gran medida somos nosotros quienes tenemos la inestimable posibilidad de fundar el germen del consumo –en el buen sentido– y el crecimiento de la manifestación artística, o ser el anclaje de las expresiones colectivas que emergen codificadas en el lenguaje escénico (o cualquiera de los que el arte pone en funcionamiento).

 

Por Rodrigo VILLALBA ROJAS

Becario del Proyecto de Investigación Nº 54/H/099 (SECyT – UNAF)

Grupo de Estudios de Teatro de Formosa

* * *