viernes, 12 de junio de 2015

Procesos de desterritorialización en "Luna de Sangre guaraní" (2009) de Margarita González


Reproducimos un fragmento de la ponencia realizada el 12 de junio de 2015 en la Universidad Nacional de Formosa, en el marco del VIII Taller "Paraguay desde las Ciencias Sociales", organizado por el Grupo de Estudios sobre Paraguay, perteneciente a al Instituto de Estudios Sociales sobre Latinoamérica y el Caribe (UBA).

Introducción

La provincia de Formosa ha sido, junto a la de Misiones, uno de los destinos principales de las migraciones forzosas que debieron realizar miles de paraguayos hacia fines de la década de 1940, a propósito de los conflictos sociales y persecuciones políticas que culminarían con la guerra civil de 1947. (Bruno, 2005).
La presencia de la colectividad paraguaya es tan fuerte que, al día de hoy, el intercambio con el país vecino, a través de las ciudades limítrofes, comprende una dinámica socio-cultural y económica notable: miles de argentinos cruzan periódicamente al Paraguay por motivos comerciales, mientras que cientos de paraguayos ingresan a la Argentina por razones laborales, educativas, sanitarias y comerciales.
No obstante el dato demográfico, nos interesa tener en cuenta ahora el grado de influencia de lo paraguayo hacia un aspecto de la literatura formoseña.
Si nos detenemos en lo teatral, podemos hablar de la presencia de lo paraguayo en tanto y en cuanto elemento idiomático: el guaraní, que en muy pocas ocasiones aparece en la escritura artística tratado de una manera seria (y no se cuentan autores locales que escriban en guaraní), y en mayor medida la presencia de las expresiones en guaraní viene a significar cierto toque de color regional, o parte de guiños humorísticos.
Por otro lado, vale pensar en la figura del inmigrante: no hay retratos serios del inmigrante paraguayo, que permitan analizar de una manera realista su situación histórica clave en la cultura formoseña. El paraguayo es casi siempre el personaje bajo, el gracioso, el que sustituye al bufón de los espectáculos clásicos. No se conocen antecedentes de obras locales que hayan abordado con seriedad el retrato de los inmigrantes del país vecino, y conocer las razones de ello es un estudio pendiente.
La excepción a esto es la obra de teatro Luna de sangre guaraní (2009), de la poeta y actriz Margarita González. Estrenada en 2007, fue producto de una investigación llevada a cabo por integrantes del grupo Los Gregorianos, en cooperación con actores-escritores pertenecientes al taller literario Subcielo, coordinado por Orlando Van Bredam.
Esta obra focaliza el drama del Paraguay signado por la guerra civil; no retrata al inmigrante como tal, sino que captura el momento fronterizo en el que los ciudadanos presionados por la persecución política, aprestan sus pertenencias y planifican la huida hacia la Argentina.
A continuación expondremos el análisis del texto dramático Luna de sangre guaraní. Observaremos qué concepción se presenta, acerca de la identidad paraguaya, por un lado, y por otro, las representaciones de pertenencia desde lo subjetivo y lo colectivo en los paraguayos que están siendo forzados al exilio.
El estudio compromete el abordaje de varias concepciones, que incluyen la raza, el nacionalismo, el rol de la mujer, y el del territorio, visto este último desde la perspectiva de los estudios culturales, con las nociones de des-re-territorialización propuestas por Deleuze y Guattari (1997). 

Luna de sangre guaraní

La obra Luna de sangre guaraní, considerada desde el aspecto semántico y en relación con el nivel de la intriga o superficial, recrea el conflicto que debieron atravesar las familias perseguidas por la dictadura de Higinio Morínigo (1940-1948), cuya culminación fue la guerra civil de 1947. En este caso en particular, representa la historia de una familia atravesada por problemas sentimentales,  que se encuentra con el dilema del exilio. El hombre, un farmacéutico, ya ha llegado a Formosa atravesando el río Paraguay en canoa por el paso de Villeta, forzado por la persecución política. En el Paraguay deja dos familias: por un lado, su matrimonio con Doña Esmeralda, y por otro lado a su amante, Hermelinda, y a su hijo. La obra focaliza toda la acción en el drama de estas dos mujeres, ocupando el hombre un lugar estrictamente referencial, sin aparecer jamás en escena. Así también, de los ocho personajes que intervienen en la obra, sólo uno es hombre, y es un personaje fronterizo, el canoero encargado de llevar clandestinamente a los desterrados.
Entre las mujeres, Doña Laureana Gómez es una viuda de un combatiente de la Guerra del Chaco, defensora y ayudante de los perseguidos políticos. Ella actúa como posibilitadora de la huida y como gestora entre los perseguidos políticos y el “pasero” encargado de hacerles alcanzar el otro extremo del río. Laureana, posee un rol protagónico en la obra, a pesar de no ocupar más que el rol de ayudante: sus parlamentos están cargados de contenido político, y sus intervenciones siempre funcionan como una salvación para los perseguidos.
El papel de Laureana como pieza clave se comprueba en el análisis profundo a nivel actancial. Ella, en tanto ayudante, establece el nexo y posibilita la consecución del objetivo, el exilio y la supervivencia, para los sujetos –aquí simbolizados por Hermelinda y su hijo, que en última instancia serán elegidos por el farmacéutico para la nueva vida en Formosa, echando por tierra el vínculo matrimonial con Doña Esmeralda.
Vale señalar que Laureana, al final de la obra, pierde la vida intentando huir con el último contingente. En el esquema actancial ella sucumbe ante el oponente superlativo que es el estado de exterminio a manos de la milicia comandada por Morínigo. El programa narrativo está motivado por el anhelo de eludir ese exterminio, sobrevivir y construir un futuro diferente, con perspectivas de retorno al hogar usurpado por la dictadura. Ése es el nexo con el presente: toda la acción de Luna de sangre guaraní sucede en territorio paraguayo, y el espacio fronterizo con la Argentina es aludido como una suerte de zona segura donde el futuro tiene chances.
La Formosa que ellos reconocen del otro lado del río no es sino esta Formosa, la que los evoca y se encarga de reconocerlos como parte de su cultura, de sus raíces. Con Luna de sangre guaraní, la literatura formoseña recrea en cierto modo un aspecto de su genealogía. Probablemente por esta razón, en línea estética con el drama realista, los núcleos de la acción se concentran en parlamentos fuertemente cargados de reflexiones políticas y referencias a la extraescena histórica (Fernández-González, 2012): los personajes tratan de justificar su necesidad de huir hacia el país vecino, a la vez que tratan de reivindicar sus valores como ciudadanos comprometidos con su realidad, e injustamente perseguidos.

El inmigrante paraguayo

En este punto es interesante hacer notar la representación del inmigrante paraguayo que elabora el discurso de la obra, retratándolo en el instante mismo en que su condición de inmigrante aún no está dada, pero cuando su necesidad de migrar está asumida. En los parlamentos de los personajes femeninos (recordemos que hay un solo hombre, y sus intervenciones verbales son poco trascendentales) se actualizan discursos como el de la raza paraguaya, el de la fidelidad a la patria como un sentimiento colectivo, el del rol heroico y el del martirio de la mujer, que también es restauradora de la nación.
Insinuándose estas formaciones discursivas en boca de personajes paraguayos, se infiere que la intención de la autora es generar una autoimagen del exiliado que es en realidad la representación del inmigrante guaraní a los ojos del formoseño.
La historia inicia con los monólogos alternados de Doña Esmeralda y Hermelinda, donde quedan selladas las diferencias de clase social, retratándose en el primer caso una vida idílica, y en el segundo una vida servil sometida a los deseos de un patrón. Ambas mujeres dan dos perspectivas sobre el mismo hombre, un farmacéutico, con amplia participación social y política, que luego será forzado al exilio.
En la evocación idílica de Doña Esmeralda se retratan las reuniones sociales en los salones asuncenos. El escenario combina la naturaleza con la música local y el tono romántico se enfatiza con detalles como el amor, la alegría, la frescura juvenil, generando la atmósfera para la aparición del amado. En contraste con este cuadro, Hermelinda, retrata su vida campesina signada por el abuso. Su descripción añade un matiz sombrío a la personalidad del hombre.
Estas dos mujeres, a lo largo de la obra, representan dos situaciones que podemos comparar con los llamados efectos colaterales, respecto de la obligación de huir con la que se topa el farmacéutico.  Por un lado, Doña Esmeralda, que es esposa y no es madre, opta por ausentarse, efectúa el abandono del enlace matrimonial, asumiendo una condición de mujer independiente de su compañero (Mancuello, 2013:70): “Yo a Formosa no voy, Formosa es el monte” (p. 57). Su decisión final será consagrarse a la vida religiosa, alejada de todo peligro de muerte o destierro.
Por otro lado, Hermelinda, que en su condición de campesina sin actividad política no corre ningún riesgo de persecución, se halla ante el dilema de vivir como madre soltera en el Paraguay, o tener que obedecer el pedido de su “patrón” y seguirlo a Formosa. Quien la guía en la decisión es su madre, Ña Prudencia, imponiéndole el deber de cumplir con su papel de madre pero sobre todo con el de “compañera” del hombre, aflorando en su discurso una estructura patriarcal (Makaran, 2013:46):

Gritar que a esta tierra ya le di todo. Me llevó a mi marido, que quién sabe si alguien le dio cristiana sepultura, o si se quedó para comida de los cuervos en el campo de batalla. ¡Envuelto en una bandera ndayé, como si fuera que eso podía consolarme!
[…] ¡Acá me quedaré! ¡Porque acá murió, mi marido, que en paz descanse, por esta tierra murió! Y acá está él, en algún lado.
[…] Somos mujeres de esta tierra, Hermelinda, no te olvides. Vos te tenés que ir, porque allá está el padre de tu hijo. Yo me quedo. […] Vas a parir más hijos, y vas a enterrar muchos sueños también. Pero con tu hombre es donde tenés que estar. Así somos las mujeres de esta tierra, así fueron nuestras mujeres de antes, y así somos nosotras también. (p. 47)
La mujer se sitúa en la figura del mártir, que sacrifica su propio destino y sus elecciones quedan supeditadas a las decisiones que tome el hombre, e incluso a la suerte que éste corra. Es interesante notar que en un momento de su monólogo inicial Hermelinda anticipaba: “La vida había escrito para mí un destino mejor” (p. 41). La representación que da Luna de sangre guaraní, de la madre paraguaya, cristaliza en la subordinación al designio del hombre, como mejor partido.
Aquí no hay una cuestión de raza o nacionalidad de por medio (obsérvese el trato despectivo hacia la bandera), sino una declaración de pertenencia necesaria a la institución familiar más tradicional. Y decimos tradicional porque se enfatiza la preeminencia de la figura masculina como requisito excluyente para que la mujer pueda fundarla. Ahora bien, esa mujer compañera fiel de los designios masculinos es la que llegó a las orillas formoseñas. La otra mujer, la independiente, se encierra en el convento, anulando su posibilidad de descendencia.
Hay otra representación de mujer que sufre el exterminio en la obra: la mujer política encarnada en Laureana, la mujer transformadora. En un parlamento clave, ella afirma la función medular de la mujer para la reivindicación de la patria y la supervivencia. El discurso de Laureana resume la representación nacionalista de la mujer paraguaya, hecho muy curioso puesto que la misma mujer que luego será víctima de la persecución política, es la que reproduce quizá sin saberlo un discurso instaurado por las operaciones nacionalistas:

¡Esta es tierra de mujeres valientes! Y si nuestros hombres están muertos, o del otro lado de la frontera, es porque Dios así lo quiso. Muchos de ellos vivirán y morirán en suelo argentino, pero serán digno ejemplo de lo que es un paraguayo. Sabemos ya que algunos de ellos se quedaron en la capital de Formosa, y otros se fueron al interior, pero todos están sirviendo a su nueva patria como si fuera la suya propia ¡Porque llevan en sus venas, sangre de hembra guaraní! (p. 54)

Procesos de desterritorialización: La raza guaraní

En su parlamento Laureana rescata la figura de la hembra guaraní que perpetúa la raza, aludiendo como vimos a la figura de la “madre guaraní” descrita por Gaya Makaran, que en el proceso de mestizaje contribuirá a fortalecer y dar superioridad a la “raza paraguaya” (Telesca, 2010:145).
Podemos retomar la concepción de que las mujeres representarían “el alma de  la raza”, convirtiéndose en las dignas abanderadas de la cultura y la identidad paraguaya (Makaran, 2013:46) al declarar, en sus parlamentos, una suerte de correlatividad entre maternidad y patria (Mancuello, 2013:150). Es el vínculo tradicional por el que una mujer deviene madre de la patria como proyección de un imaginario colectivo en el que ella es reconstructora y reproductora, pero sobre todo suplicante y protectora por excelencia, imagen que proviene ya desde la antigüedad clásica y que se actualiza y fortalece en occidente con el catolicismo y la adoración mariana (Mancuello 2013:76).
Los diferentes matices que adopta la figura materna son útiles para entender por qué la mujer, a nuestro parecer, representa en Luna de sangre guaraní el motor de la resistencia contra el desarraigo y la desintegración que supone la desterritorialización. La “sangre de hembra guaraní” (es decir, “la raza”) funciona como un elemento de reafirmación de la integridad subjetiva, entendida como parte de una subjetividad popular, comunitaria (Añón, 2009:261) y, en términos más exactos, como elemento basal para la reterritorialización.
En las palabras de Laureana está cifrada la esperanza para los exiliados: cuando se refiere a la patria adoptiva como la “nueva patria”, hace contrastar con ella la posesión íntima de la sangre guaraní, que en definitiva es el atributo esencial de la nacionalidad paraguaya, es el rasgo de pertenencia a la colectividad “guaraní”. La sangre guaraní es el componente que asegurará la reterritorialización, la reconstrucción de la nación fuera de ella, y su supervivencia.
Debemos aclarar que no hay una reivindicación indigenista, de ningún modo, en la obra, que además está escrita casi totalmente en español con una ínfima cantidad de expresiones indígenas. La referencia al guaraní, presente en el título, no es sino la mímesis con lo nacional que ya se pregonaba en los discursos del novecentismo paraguayo, y que no significaban tanto el rescate de lo indígena como la entronación de un heroísmo mítico latente desde sus orígenes en el pueblo paraguayo (Telesca, 2010). 

Conclusión

Hemos observado que a lo largo del texto dramático Luna de sangre guaraní, se enfrentan diferentes representaciones de la mujer paraguaya que no son sino construcciones sobre la alteridad elaboradas por una autora argentina. Esas figuras de mujer, cercanas a los estereotipos diferenciados por Gaya Makaran (2013) en el discurso nacionalista paraguayo, sirven de sustento al programa narrativo de la obra: el drama del exilio forzoso, las persecuciones y el exterminio. Puede ser leída en dos sentidos, como explicación de la gran influencia de la cultura paraguaya en la sociedad formoseña, y a la vez como testimonio de la desintegración del territorio en tanto nación paraguaya, en favor de la conservación de otro territorio, quizá esencial, relacionado con la herencia genética de la raza guaraní. El razonamiento, llevado al extremo, puede insinuar la existencia de una raza guaraní argentina, despojada de huellas indígenas visibles, y sólo explicable por su ascendencia heroica mítica.
En ese sentido, el texto espectacular de Luna de sangre guaraní presentaba una peculiaridad valiosa para nuestro estudio. En el decurso de la puesta en escena se intercalaban las escenas con monólogos de un actor vestido de campesino, representando el viento, el río, la montaña, fuerzas telúricas que funcionaban, acaso, como proyección de ese componente mítico guaraní.
Dichos monólogos, que no pertenecen al texto dramático, sino que se trataba de poesías escritas por la actriz y poeta Bibiana Babbini, poseían un fuerte contenido lírico y, aunque no nos fue posible recuperarlas vale la pena comprender su funcionamiento en la evidencia de sentido. Tomás Caballero, también actor y poeta, se encargó de traducir los poemas de Babbini al guaraní y al jopará. Él mismo representaba al personaje de las fuerzas telúricas que, al dramatizar los poemas enunciaba, el primero, completamente en guaraní. Con el avance de la acción, volvía a aparecer en escena, recitando el segundo poema, esta vez en jopará. El poema con que cerraba la obra se expresaba completamente en castellano.
En 2011, durante una entrevista, Lázaro Mareco, director de la obra, nos confiaba su intención de simbolizar el desarraigo paulatino de los exiliados paraguayos, y la pérdida del habla guaraní como rasgo de la disolución de la lengua en la historia formoseña, cuya población paraguaya se ha reducido notablemente al paso de los años. Poco sabemos estadísticamente sobre el uso del guaraní actualmente en Formosa, en comparación con 1947.
Nos parece más valioso atender a ese contenido simbólico, que viene a reforzar lo que antes dijimos. A propósito de la versión corregida de Hijo de Hombre, Augusto Roa Bastos se alineaba con la famosa hipótesis de Sapir-Whorf justificando su elección de escribir en castellano porque “la presencia lingüística del guaraní se impone desde la interioridad misma del mundo afectivo de los paraguayos” (2003:19). Si las mismas fuerzas telúricas van mudando de lengua, no pierden realmente un elemento ancestral, porque hay algo que no pierden y constituye su naturaleza, su geografía íntima: el territorio al que pertenecen, el mundo afectivo.
El mensaje se repite con los exiliados paraguayos: en una trayectoria similar, al naturalizarse argentinos, podrán perder el suelo natal, pero no perderán su verdadero territorio, la herencia de sangre guaraní, la pertenencia a una raza que es su mundo afectivo. Así, el proceso de desterritorialización al que se ve sometido no puede afectar esencialmente al paraguayo, porque su mundo es su raza.

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Rodrigo Nicolás VILLALBA ROJAS

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